He vuelto a escribir después de mucho. Durante algún tiempo me sentí culpable por no actualizar más seguido, pero después recordé que hago esto por diversión y no como obligación y así logro alejar ese sentimiento de ansiedad.
Además he estado esperando. Y de eso va este post: Esperando que se acabe el verano, esperando que llegue marzo y que con esos días más frescos también llegue Jin.
Con Jin no nos vemos desde el 13 de noviembre del año pasado. Ahora, ya pasados casi 4 meses completos, llega a verme de nuevo y yo no puedo más de la emoción. Cuatro meses se pasan volando. O no. El tiempo se alarga como cuentos de realismo mágico cuando uno tiene que esperar. Y aprender a esperar es difícil, porque es algo que hay que hacer con confianza ciega, y hoy por hoy, ya no estamos acostumbrados a esas cosas.
Recuerdo que en vísperas de Navidad y Año Nuevo tuve crisis de llanto. Eran fiestas importantes que no podía pasar al lado de Jin y eso se me hacía difícil. También porque la llegada de marzo parecía eterna e imposible. Hace poco fue su cumpleaños y también tuvimos que pasarlo a distancia. Obvio que yo no quería dejar de celebrar a este chiquillo, así que compré una mini torta y le canté con velitas en una video llamada. Cuando corté la llamada lloré.
Aprender a esperar me ha hecho crecer, me ha hecho ser más paciente y menos triste. Si bien sigo queriendo tener todas las cosas claras, tuve que aceptar que, en muchas ocasiones, eso puede ser imposible. También sigo creyendo firmemente en no esperar por causas perdidas, pero ese es otro cuento.
Recientemente comencé a hablar con Jeonghee, una chica que vive en Seoul y que está en una relación con Miguel (que también es chileno) . Generalmente hablamos de nuestras relaciones, de que sería bonito llegar a conocernos y de nuestra vida diaria, pero hace un par de días atrás ella me preguntó de improviso “Cómo podemos lograr que estas relaciones a distancia vayan bien? ¿Cómo podemos hacer que ya no sea difícil? Y caí en cuenta que da lo mismo de donde seamos, el extrañar, la añoranza y la tristeza por estar lejos son sentimientos universales. Y mientras ella lloraba en Korea, yo pasaba y sentía lo mismo en Chile.
Las únicas palabras que pude darle a Jeonghee son las que aprendí repitiéndome a mi misma: enfocarse en el futuro, en las cosas buenas, en la maravilla que es mantener un amor desde tan lejos y no dejar de sentirlo nunca, y en el entender que, eventualmente las cosas mejoran. ¿qué sacaba yo con llorar todo el día porque era enero y marzo se veía lejano? ¿qué sacaba yo con decirle a Jin todos los días que lo extrañaba y sentirme triste y miserable? ¿no sería mejor hablar del día a día y contarnos las cosas buenas? Claro que sí era mejor.
Atreverse a la distancia siempre es complicado. Es lo que pensaba cuando un amigo me confesó que sentía cosas por alguien de otro país. “¿Cómo me voy a atrever a algo si cuando vuelva me voy a sentir destrozado? Yo no soy como tú para aguantar tanto”.
Cuando me dijo eso, le comenté que yo tampoco me creía capaz de aguantar, que queriendo a medias nadie aguanta, que amando a medias ninguna relación sobrevive. Y no se trata de amar arrebatadamente, ni tampoco sin corazón, sino que amar con esa calma que te da el entender que sí, que encontraste a la persona correcta y que da lo mismo si pasan 2 meses, 4 meses o un año: tienes la certeza de que estás en el lugar correcto.
Ahora, mientras escribo esto recuerdo que al terminar de leer Kitchen de Banana Yoshimoto, quedé intrigada respecto a una frase que decía algo como:
“El mundo no existe sólo para mí. El porcentaje de cosas amargas que me sucedan no variará. Yo no puedo decidirlo. Por eso, comprendí que es mejor ser alegre…”
La pensé fría, triste y derrotista. Ahora me convenzo de que es del todo valiente. Al final siempre es mejor ser alegre, porque al final, el esfuerzo por la alegría siempre vale la pena.
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